Spem magnam in rebus adversis semper adhibeo

martes, 22 de diciembre de 2009

tcu: ACNUR

Antes de realizar mi trabajo comunitario con la población migrante y a pesar de que tres de mis abuelos son inmigrantes, cuando yo pensaba en un refugiado vaga e ingenuamente lo asociaba con el concepto de mendigo en peligro u a la deriva , persona en un estado existencial digamos… miserable, ajeno, lejano y por qué no hasta problemático. ... Sí, es evidente que los clichés sociales y ciertos prejuicios automatizados, dictados a la ligera y carentes de un acercamiento real y consciente lanzan impulsivamente y con algo de crueldad esas ideas que nos creamos sobre la “otredad” especialmente cuando ésta la encabezan los foráneos que nos vienen a incomodar, a robar oportunidades, a asfixiarnos en este gran terruñito que llamamos patria o a quitarnos lo “nuestro” cuando paradójicamente lo “nuestro” muchas veces se ha enajenado, minimizado, olvidado o peor aún y muy en boga por cierto, puesto en venta… Claro no hay que olvidar que los prejuicios son selectivos, todo depende de en qué condición y de dónde usted venga y Darwin ciertamente en todo esto se nos quedó corto.
A pesar de ello, hoy en día y tras dicha experiencia, me digo que los santos no existen y que el bien y el mal emerge en todo lado, de esta o aquella raza, bajo cualquier credo o inclinación política e ideológica por más justo, verdadero y noble que se crea cada etnia, convicción o tendencia. Hoy recuerdo sin caer en utopías añejas que las diferencias sin lugar a dudas las ha inventado el hombre al marcar fronteras, perseguir parámetros y crear barreras y con esto por extensión reconozco que cualquiera bajo condiciones desfavorables se perfila como próximo candidato para refugiado sin mayor obstáculo u objeción alguna.
Hoy comprendo que el nacer aquí o allá, bajo equis condición y en tal contexto es una cuestión fortuita, del azar divino y nada más, los méritos predestinados no existen y uno nace y vive donde no se sabe ni por qué y punto, entonces tener eso presente es importante, sentirse agradecido o huir si no queda de otra también y sobre todo nunca dejar que el ego nos engañe al hacernos creer “muy especiales” y que aquel que huye o busca refugio merece lo que tiene o lo que le toca ya que al final y en resumidas cuentas la nacionalidad es un asunto sumamente aleatorio.

Obra: Frances Mary Hodgkins, Refugees

sábado, 5 de diciembre de 2009

I.Del rastro de las impresiones

…” Me gusta pasar por desapercibida…no, es mentira, me gusta en realidad que me perciban en el intento de hacer creer que no me doy cuenta de que me miran y así dejarme ser casi a escondidas, inventada desde el punto de vista ajeno, el del narrador a medias que juzga por la imagen y no precisamente porque bien conoce el fondo.
Sí,… también me gusta que me miren sin darme cuenta, que me capten en mi esencia o que me inventen sin más faltar…” pensaba al recordar como la pilló Tristán aquella vez en medio del receso previo al segundo acto formulando a su vez el posible veredicto que de esa primera impresión se ingenió él de ella.
Agnes prestaba mucha atención a las impresiones, a ese primer umbral mental donde las personas postran ante sí a los más diversos desconocidos. Ella creía que la primera impresión era pasajera, que fuese buena o fuese mala al final no importaba ya que ésta siempre se esfumaba y sólo el brillo de su recuerdo era lo que realmente impactaba, y este resplandor era el que más la cautivaba porque éste sí era permanente y nunca mutaba, le bastaba solamente cerrar los ojos para que en medio de la oscuridad que creaban sus pensamientos volviese ese destello a aparecer, a lucir su luz propia. Creía que ese hecho o esa huella era lo que hacía que alguien cruzase la sutil línea del olvido al recuerdo de por vida en la mente de cualquiera y así cuando mucho le parecía caótico cerraba sus ojos y buscaba con ahínco esos chispazos que de una manera extraña traían “el alba” a eso que ella llamaba “trágico día”.
Su primer encuentro con Tristán fue letal, quedando sellado en su memoria de una manera tal que siempre al pensarlo se sonreía porque bien reconocía que ese instante había sido el comienzo de algo sin igual. Había descubierto que la grandiosidad de un momento muchas veces se presenta disfrazada y su percepción en el momento preciso que sucede es de difícil alcance, quizá porque la rutina adormece los sentidos o porque se está presente u ausente al mismo tiempo o porque se cree que lo grandioso debe ser muy evidente pero el hecho de sonreírse al recordarlo era “el detector de instantes irremplazables a largo plazo” que Agnes había decido instalarse en su memoria para reconocer el gran valor de cualquier suceso. Y bien lo había detectado al obtener esa reacción recordando cómo de repente se sintió revelada ante los ojos de un Tristán que a la distancia la miraron fijamente sin titubear y cómo ella de repente quiso esquivar volviendo al mismo tiempo su cara como para no hacerse la entendida y dejarlo pasar. De alguna manera se sintió invadida por unos ojos de los que paradójicamente no pensó ni mucho menos quiso en aquel instante que la estuviesen viendo.
Sin embargo, minutos más tarde, ya en una segunda vista lo inaudito le sucedió y es que dentro de esa continua ausencia en donde poco llamaba su atención, Tristán ya en el escenario lo logró, y no fue precisamente gracias al click que expuestos a los demás obtienen aquellos que están de pie a un nivel más alto, no, bastaba mucho más que eso, fue sino más bien porque Agnes llegó a visualizar en él tanta bondad y ángel, ajena a ella y deseada a su vez que al final del show hicieron que decidida fuese directamente hacia él, sin mayor pretensión que la de estrechar su mano como para que con este acto él pudiese captar que la había impresionado y que tanta nobleza merecía un gesto de aprobación silenciosa. Lo curioso es que hoy reconoce que la grandeza de espíritu no se vislumbra tan fácilmente a tan sólo unos cuantos pasos y nada más, para semejante virtud falta más que una imagen en donde la única luz existente era la que los reflectores disparan para hacer más agradable el espectáculo. Aún así, y con el paso de los años Agnes llegó a darse cuenta que ese gran momento no había sido más que aquella auténtica idealización instantánea, llamada y conocida internacionalmente como amor a primera vista.


Obra: Monet, Impresión, Sol Naciente